El forastero que vino de Wild Oat
El forastero que vino de Wild Oat
Por Ricardo Orozco.
Una persistente lluvia azotaba Perdida City, convirtiendo nuevamente su calle principal en un caótico barrizal y haciendo todavía más dura la vida en ese pequeño pueblo del Oeste.
Desde hacía mucho tiempo, tal vez años, la banda de Renegado Jim tenía aterrorizado al pueblo entero. Llegaban algunas tardes con sus terribles caballos encolerizados, siempre disparando y dando alaridos infernales. Lo más entretenido era romper todo lo posible, incluso lo ya roto con anterioridad.
De nada sirvió cuando decidieron cerrar el salón, ya que en una ocasión destrozaron las puertas y bebieron hasta caer derrumbados. Otra vez trajeron al dueño a rastras y le dieron una brutal paliza.
La diversión, para aquellos malvados, siempre consistía en dosis de alcohol que hubieran llevado al coma o matado a cualquier persona normal, disparar a los pies de algún borracho para que bailase, violar, destrozar, incluso matar.
Cuando la presión popular sacó literalmente al Sheriff de su escondite, una bala en la cabeza disparada por el propio Renegado Jim, anuló en origen toda posible ilusión de justicia.
Fue una tarde tan lluviosa como cualquier otra cuando la fantasmal silueta de El Forastero fue poblándose de ropa y presencia. Movimientos lentos, rostro imperturbable, gatillo fácil, disparos certeros, palabras ausentes. Un pequeño puro barato perennemente colgando de sus labios y, de vez en cuando, escupitajos al suelo que parecían realzar su bravura.
Cuando la puerta del salón se abrió para dar paso a El Forastero, la estéril vida de varios de los malvados se cerró para siempre. No importa si fue un gesto, una palabra o una mirada la que desató el infierno de fuego y plomo. Los otros huyeron despavoridos, tal vez pensando en no volver. O acaso en volver para una batalla final, donde aquel bastardo salido de la nada fuera reducido a una papilla sanguinolenta.
Durante los días sucesivos volvió la alegría al pueblo. Y sobre todo la esperanza. Gente que prácticamente no frecuentaba la calle salió de sus escondrijos para conocer al nuevo mesías.
El Forastero intentó en vano crear una especie de milicia popular, con pocas palabras, casi sin armas, pero era evidente que se trataba de gente de paz, incapaz de defenderse. Ni que decir tiene que Anita, la muchacha más bella del lugar, se interesó por él. Pero El Forastero parecía tener otras prioridades, como por ejemplo la batalla final.
Nunca se vio nada igual: uno tras otro los malos fueron cayendo bajo aquella especie de ángel exterminador. Incluso quienes no quisieron perderse la epopeya vieron por las rendijas de sus ventanas caer el fuego sobre aquellos canallas desde posiciones tal vez imposibles. A veces lo distinguieron a él, a cuerpo descubierto, con su larga capa negra y su ancho sombrero, disparando desafiante. Reclamando quizá el propio derecho a una muerte que tardaba demasiado en llegar .
El día siguiente fue fiesta en Perdida City. Incluso un sol inusual pareció entender que ya nada sería como antes. Una improvisada banda de música alegró con canciones típicas el gran día. Algunos tenderetes brindaron bebidas gratis para todos. Los niños corrieron y jugaron al fin libres de peligros.
Todo el pueblo esperó paciente que El Forastero saliera de la más que dudosa pensión de Kitty. Incluso la bella Anita esperó nerviosa en primera fila la aparición del hombre. Su intuición y alguna mirada furtiva parecieron confirmarle que era la candidata ideal.
Todo estaba planeado, habían ensayado una y otra vez el discurso, las pausas para la música. Las ofertas, porque no cabía duda de que El Forastero se quedaría allí. ¿Para qué si no habría arriesgado cien veces su vida por unos desconocidos insignificantes? Lo nombrarían Sheriff, o si no quería lo nombrarían lo que fuese. Un rancho, unas reses, caballos, una familia… Anita, un tropel de “forasteritos” corriendo traviesos por el pueblo, tan valientes como el padre. ¿Qué hombre podría desear algo más en la vida?
Sin embargo ocurrió lo inexplicable. Aquello que con el paso del tiempo se convertiría en algo más sorprendente quizá que la propia aniquilización de la banda de Renegado Jim.
El Forastero apareció imperturbable como siempre. Ensilló su caballo, escupió y saludó parsimoniosamente al grupo, despidiéndose. Le preguntaron estupefactos que adónde iba. ¿Tendría una familia? ¿Una venganza pendiente? <<No sé>>, contestó. <<Tal vez al sur>>.
La silueta se perdió lenta y cansinamente por el horizonte. Para siempre.
Comentario
Seguro que el lector ha visto algún western con un argumento igual o parecido al de este relato. Se trata en realidad de una parábola. La plasmación cinematográfica de una especie de arquetipo, o tal vez prototipo Wild Oat, representado por un forastero que busca, aunque no sabe qué es lo que busca.
En el cuento, o la película si se prefiere, existe compromiso en el protagonista. Al menos un cierto tipo de compromiso, ya que El Forastero arriesga la vida muchísimas veces por gente que ni siquiera conoce.
Sin embargo no existe un verdadero compromiso interno, un echar raíces. A pesar del empeño y la decisión que demuestra el jinete en defender a la gente de Perdida City, no es eso lo que da sentido a su vida. Por ello cree que debe rechazar las tentadoras propuestas que le ayudarían a arraigar. El Forastero busca en el exterior porque simplemente no puede hacerlo en su interior, aunque no lo sepa.
Todo esto quiere decir que en el estado Wild Oat se pueden asumir riesgos, tomar importantes decisiones, efectuar cambios situacionales, pero sentirse igual de desilusionado y desorientado, a pesar de que externamente pueda parecer lo contrario.
Uno de los problemas del protagonista del cuento es que, aunque desde el exterior pueda suponerse lo contrario, no se deja llevar verdaderamente por el viento… el viento del alma, el único capaz de orientarlo con precisión.
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© 2011 Ricardo Orozco