Acompañar, simplemente acompañar…
Acompañar, simplemente acompañar…
Sería interesante plantearse una y otra vez cuál es la función del terapeuta floral. Y entiendo que para esto existan tantas opiniones como terapeutas hay.
A mi modo de ver, la finalidad del terapeuta floral es muy simple: acompañar al cliente en un proceso, en un trayecto de su vida que él mismo escoge. En una experiencia donde la toma de las flores va a tener un importante papel catalizador.
Últimamente, en mis viajes por Sudamérica veo que la palabra «consultante» va reemplazando al término «cliente», que a su vez había sustituido al prehistórico de «paciente».
Me gusta la idea del acompañante, y a Carmen Rosety y a mí nos gustaba compararnos con taxistas. Alguien sube al taxi y nos dice a dónde quiere ir. Nosotros lo ayudamos a llegar, con el inestimable GPS que constituyen las flores.
La ventaja del taxi es que te lleva a donde quieres, si es que ese lugar existe, claro, y se puede llegar en un vehículo porque está a una distancia razonable. Es obvio que el taxista no te puede llevar a donde no quieres ir. Si le digo que me lleve a la Plaza Universidad de Barcelona, él no puede decidir por su cuenta y riesgo llevarme al aeropuerto «porque va a ser mejor para mí» o «porque es lo que ahora necesito». Y otra cosa que me gusta de esta metáfora, es que del taxi se puede bajar uno cuando quiere, independientemente de que hubiese elegido previamente un destino.
Claro que lo que no me gusta del modelo del taxi, es que el pasajero suele tener un papel muy pasivo, si es que decide no hablar con el taxista. En la relación terapeuta-cliente debe de haber un diálogo, lo que se conoce como escucha activa.
Creo que hay que desmitificar definitivamente la función del terapeuta floral y reivindicar que decididamente no tiene una misión divina; no es un sanador ni un chamán, así como tampoco un sanitario ni un técnico. Simplemente una persona normal que se ofrece humildemente a acompañar a alguien en un tramo de su vida, con la ayuda maravillosa de las Flores de Bach, que conoce bien. Realizando este servicio (así le llaman los taxistas) de forma ética y transparente, sin dar sermones, ofrecer soluciones ni consejos de cervecería, sin prometer nada que no sea eso, un acompañamiento.
Y eso que parece tan fácil resulta al mismo tiempo difícil, por todas las trampas del ego que puede que se resista a un papel tan “pobre” y casi anónimo, donde la idea es que el terapeuta no se convierta en alguien relevante, ni tan siquiera imprescindible, para el cliente.
Es en esta simplicidad donde reside verdaderamente lo noble y espiritualizado del proceso. Seguramente en esa cercanía en la que los roles no constituyen una barrera sino que terapeuta y cliente caminan juntos en un plano igualitario. Porque seguramente para Bach el culmen de la evolución espiritual es el servicio al prójimo, y ese servicio, según mi criterio, debe ofrecerse desde la terapia floral de igual a igual. Entre compañeros de viaje, donde todos tenemos nuestros defectos y virtudes, tanto si somos terapeutas como clientes. Fácil y difícil al mismo tiempo.