Flores de Bach: ¿Existen peligros, contraindicaciones, incompatibilidades y efectos adversos?
Flores de Bach: ¿Existen peligros, contraindicaciones, incompatibilidades y efectos adversos?
Las Flores de Bach y la terapia asociada a ellas gozan en la actualidad de una buena difusión. Una bibliografía que ronda los 200 títulos en español así lo atestigua. Es lógico pues que circulen sobre ellas todo tipo de conjeturas, ya que así es para todo hecho, intercambio u objeto que de algún modo se populariza.
Las Flores de Bach y la terapia asociada a ellas gozan en la actualidad de una buena difusión. Una bibliografía que ronda los 200 títulos en español así lo atestigua. Es lógico pues que circulen sobre ellas todo tipo de conjeturas, ya que así es para todo hecho, intercambio u objeto que de algún modo se populariza.
De esta manera tenemos desde quien las considera un placebo, hasta quien les atribuye propiedades mágicas, pasando por quienes las abordan desde un prisma farmacológico.
Sobre que las Flores de Bach no son un placebo, creo que la mayoría de lectores de esta revista estarán de acuerdo, y más aún quienes han visto resultados rápidos que guardaban una relación causa-efecto evidente, sobre todo en animales y plantas. La utilización de las Flores como placebo ocurre cuando se emplean métodos diagnósticos no rigurosos, como por ejemplo sacar una bola de un bombo, elegir uno mismo los botellines, sacar cartas al azar, etc.
Acerca de los supuestos “efectos mágicos” yo diría que es una terapia que funciona muy bien, sobre todo cuando quienes intervienen en ella (pacientes y terapeutas) construyen un marco terapéutico serio y empático. También, incluso, sin el mencionado marco terapéutico, la mayoría de terapeutas hemos visto resultados que superaban nuestras expectativas más optimistas y esto, aunque espectacular, no creo que se deba etiquetar como mágico.
Pero en este artículo me interesa especialmente dedicar unas líneas sobre la imposibilidad, o para mí error, de considerar las Flores de Bach desde una aproximación farmacológica.
Creo que resulta casi imposible no enfocar una herramienta nueva, o relativamente nueva, con unas gafas preexistentes. Dicho de otra forma, las Flores de Bach no se libran de ser consideradas desde otras ópticas, como por ejemplo la farmacológico-alopática o la homeopática. Desde el primer paradigma, se hablará de incompatibilidades, efectos adversos, secundarios o colaterales, e incluso contraindicaciones. Y, para quien nada o poco conoce de las Flores, esto resulta de lo más lógico y conveniente, aunque llama más la atención cuando quien teoriza de esta forma sesgada lleva tiempo en la profesión.
A mi modo de ver, lo más importante es entender que las esencias florales no son principios activos: esto es, que no hay una molécula (un grupo de átomos) con una acción específica, como en un fármaco o un producto fitoterápico. Por ejemplo, si ingerimos 10 mg de diazepam, nos quedamos dormidos. Luego existe una relación causa-efecto evidente entre la ingesta del medicamento y su poder relajante, o más bien hipnótico. Pero, si tomamos tal o cual esencia floral, no podemos dar por descontado un efecto similar o parecido. ¿Por qué? Porque las Flores aportan una información no física, sino energética o vibracional, siendo catalizadores de una información preexistente en nuestro interior. Yo más bien las veo como desobstructoras de una comunicación que, de alguna manera, ha quedado bloqueada. A esto (el bloqueo), el Dr. Bach le llamaba “conflicto entre el alma y la personalidad”. Esto es, una desarmonía, un desencuentro plausible de cristalizar en una enfermedad más adelante, a menos que sea rectificado.
Yo creo que lo anterior es crucial para entender el motivo por el que no se puede hablar de “Flores peligrosas o inadecuadas” o partir de que uno puede no estar preparado para la información “que dan” las esencias, ya que simplemente ellas no hacen sino desbloquear una información atascada y ¿acaso uno no está siempre dispuesto a escuchar la información que viene del alma? La respuesta es ambivalente: sí y no. Tan ambivalente como nuestra propia naturaleza. Existe pues una parte sutil, anhelante y siempre dispuesta a reconectar con el alma. Pero sin duda hay que hablar de otra: la de nuestra personalidad desviada que se rebela cuando el mensaje canalizado por las esencias le recuerda que debe retornar a la tutela intuitiva del alma. Y es esto lo que, siempre a mi modo de ver, puede generar las incomodidades y movilizaciones que los terapeutas poco entrenados perciben como “molestos efectos secundarios o adversos”. Pero en realidad estos episodios pueden ocurrir en cualquier terapia que vaya al núcleo del conflicto. De hecho no es necesario tomar nada para entrar en crisis o experimentar catarsis, y esto los psicoterapeutas lo saben de sobra. En realidad, la vida misma nos moviliza con solo salir a la calle. La diferencia estriba en que con una terapia floral bien llevada, con un encuadre terapéutico competente, estas tomas, a veces dolorosas de autoconciencia, van a ser enormemente provechosas y constructivas. O como mínimo, el paciente va a ser acompañado por un terapeuta que comprende y acepta los procesos humanos.
En este punto se debe insistir en que hablar de si el paciente “está preparado” o no para mejorar, parece cuanto menos paternalista.
Otro de los errores más frecuentes podría recibir el nombre de “hipergeneralización”. Un terapeuta observa que, en un tratamiento, coincide en el tiempo la toma de una determinada esencia con un síntoma o signo concreto, como por ejemplo la salida de una erupción en el cuello. He visto que algunas veces esto es suficiente para extender el rumor que la toma de esa flor produce erupciones. El mencionado cuadro puede estar relacionado con el proceso terapéutico como no. En el primer caso, lo podríamos tomar como el resultado de una expresión emocional no manifestada, con lo que nos sirve para obtener información. Sabemos que cualquier pensamiento o sentimiento tienen un correlato físico más o menos rápido. Pero también puede estar producido por cualquier otra circunstancia: por ejemplo una reacción alérgica a una prenda nueva que roza el cuello, la ingesta de un alimento o fármaco, entre otras muchas variables. Podríamos concluir que resulta demasiado precipitado y simplista atribuir a una flor concreta una somatización determinada en todas las personas. Prácticamente no encontramos estas hipergeneralizaciones en autores florales de prestigio, sino que corresponden más pronto a comentarios verbales, foros, cursos, o directamente a personas que de pronto tienen una demanda temporal de atención. Cuando se intenta profundizar y recabar más información sobre el particular, todo suele quedar en agua de borrajas.
Pero aún hay otro tema: el hecho de trazar incompatibilidades entre las Flores proviene de la farmacología más pura y dura y resulta, como mínimo, bastante curioso.
Creo que uno de los problemas básicos parece producirse cuando el terapeuta no se sitúa como colaborador del paciente o cliente, sino que se erige, equivocadamente, en el supuesto artífice y protagonista de la terapia y, por tanto, en el presunto gestor de las emociones del consultante: <<te voy a dar esta Flor para que te haga tal o cual cosa>>, como si no fuera el paciente el responsable de la gestión de sus propias emociones. Ni que decir tiene que este abordaje resulta inadecuado, ya que exime al cliente de su propia responsabilidad en la gestión de sí mismo, al mismo tiempo que sitúa al terapeuta, y a su “habilidad formulatoria”, en el ojo del huracán. De esta forma, si el paciente está bien, el terapeuta es un crack como Leo Messi; si está mal, el problema es que no ha atinado con la combinación. Así el terapeuta puede pasar de genio a imbécil “que no sabe nada” con asombrosa facilidad.
Pero quizá lo peor es cuando el terapeuta proyecta sus temores en determinadas Flores del sistema. En este sentido, las que más han recibido han sido Agrimony y Star of Bethlehem: dos Flores claves del sistema. Pero ¿cuál es el mensaje implícito cuando un terapeuta dice Agrimony o cualquier otra Flor es peligrosa? Muy simple: <<me dan miedo mis propias emociones… y por tanto las de los demás>> ¿No sería acaso más lógico y honesto emprender un trabajo personal antes de situarse delante de un paciente o al menos supervisar los casos? ¿En qué momento se ha convertido el terapeuta en una especie de aprendiz de brujo que cree tener la potestad de convocar o desatar las fuerzas del infierno en el pobre cliente? ¿No resulta esto como mínimo excesivamente autocentrado o vanidoso? ¿Qué culpa tienen las pobres Flores de nuestras limitaciones personales?
Un terapeuta debe estar preparado para trasmitir a su paciente confianza y refuerzo en el proceso que este último ha elegido emprender. Los terapeutas florales no somos guías ni sanadores, simplemente colaboradores, acompañantes temporales en un proceso elegido por el propio cliente. Como dice mi amiga y colaboradora Carmen Rosety, taxistas que llevan al paciente a donde quiere ir porque, en realidad, el verdadero navegador o GPS lo tiene él y no es otro que el alma.