Terapia Floral: Escuchar, hablar, escribir…
Terapia Floral: Escuchar, hablar, escribir…
La terapia debería pasar por un buen feedback de comunicación que conduce a la sintonía. Esta, a su vez, llevará a una relación de confianza entre terapeuta y cliente.
El terapeuta empático debe saber escuchar, cosa diferente de oír. “Escuchar”, según la acepción de la Real Academia Española, consiste en prestar atención a lo que se oye. Pero para una buena entrevista esto no basta, ya que además se debe hacer un esfuerzo por entender y, más aún, trasmitir al cliente que se está comprendiendo el mensaje o, como mínimo, que uno está interesado en entenderlo. Esto tiene que ver con las destrezas de comunicación englobadas en la escucha activa (Clarificación, Paráfrasis, Reflejo y Síntesis), que se desarrollarán en otro artículo.
Sin duda no existe nada más descorazonador que un terapeuta que escucha impávidamente sin emitir ningún sonido y ni tan siquiera unos gestos de asentimiento, o que escribe como un taquígrafo de juzgado… Algo evidentemente burocrático y frío.
Limitarse a hacer una serie de preguntas o proponer pautas de actuación, o que el tema no sea interactivo, puede hacer creer al cliente que está ante un técnico y no un colaborador y, por tanto, posponer su responsabilidad durante la entrevista. Por otra parte, las destrezas de escucha y atención sirven como modelos para que el cliente los adopte y emplee en su vida cotidiana, a raíz de haberlos experimentado.1

La escucha activa, implica una actitud de interés en la que se interviene de una determinada manera. También incluye el habla orientada a la mencionada escucha.
Una de las escenas más temidas por los alumnos que aspiran a convertirse en terapeutas, es que el cliente “no diga nada”. Sin embargo, los silencios pueden ser muy útiles en terapia, ya que abren la posibilidad de espacios significativos cargados de sentido, de reflexión, de conciencia. El temor al silencio no es motivo para que el terapeuta llene con una cháchara nerviosa esos huecos, ya que el cliente necesita saber que está siendo entendido y aceptado, y gran parte de este proceso pasa por la mencionada escucha activa.
Una alumna comentó que había hecho una primera visita con un terapeuta floral que, según ella, no paró de hablar en toda la sesión, con lo que al final le daba la impresión que debía ser él quien le pagase. Ya no volvió. No quiere esto decir que el terapeuta deba permanecer mudo, como comenté al principio, sino encontrar el punto necesario y equilibrado de comunicación. También existen terapeutas muy expresivos en su lenguaje corporal que trasmiten suficiente información al cliente y que no hablan mucho. Un buen terapeuta es espontáneo y puede contar cosas de sí mismo, aunque con la debida discreción. A esto se le llama autorrevelación, destreza que consiste en todo lo que el terapeuta explica de sí mismo. Sirve para acortar distancias y mostrar al terapeuta como alguien más próximo al cliente y, por tanto, con más posibilidades de entenderlo y acompañarlo. Como ya anticipaba implica también tacto, y un uso excesivo puede mostrar al terapeuta como alguien demasiado autocentrado, indiscreto o con más problemas que el propio cliente.
El tema de la escritura es otra de las preguntas frecuentes de los alumnos. A mi modo de ver no son recomendables las anamnesis tipo médico ni naturopático. Representan modelos rígidos de entrevista destinados a recoger datos que puedan servir al profesional y a otros que más adelante interactúen con el cliente en algún punto del proceso. Además, un tipo de interrogatorio extenso ya preestablecido no ayuda a crear un clima donde el cliente pueda explayarse libre y cómodamente. En pocas palabras, no resulta muy empático y suena un poco burocrático.
Cuando el terapeuta escribe no está muy por el cliente. En mis primeras épocas, si bien no usaba una anamnesis preestablecida, intentaba registrar la mayor cantidad posible de datos del consultante. Pero al poco me di cuenta de que algunos pacientes dejaban de hablar mientras yo escribía, tal vez por no molestar o acaso porque no estaban siendo escuchados…y, ciertamente, es bien molesto hablar con alguien que está escribiendo, a menos que se trate de una denuncia policial por robo, un parte de accidente o algo parecido.
Obviamente, existen algunos datos de filiación que necesitan ser anotados, como el nombre, la edad, dirección, teléfono y algunas cosas más que quedan englobados en el genograma. También es bien importante apuntar los objetivos terapéuticos, pero ahí parece terminar la cosa, al menos “in situ”.
En general no resulta muy empático escribir más allá de unas pocas cosas imprescindibles, como por ejemplo: “se divorció hace 5 años”, “su padre se suicidó cuando él o ella tenía 12 años”, etc. Pero aún así, asegúrese de que el cliente no lea lo que escribe. Si escucha algo como <<tengo una relación paralela con otro hombre. Si se entera mi marido, me mata>>, no lo apunte en ese momento, ya que puede generar una fantasía de “dato peligroso que ha quedado en un papel que Dios sabe donde irá a parar.” Y esto no resulta tan paranoico, si pensamos en que cada cierto tiempo sale en la prensa que se encontraron en la basura cajas con historias clínicas de un determinado hospital o centro sanitario.
Dedique todo el tiempo posible a la escucha activa. Si desea escribir más de lo mínimo imprescindible, lo mejor es esperar a que salga el cliente. Tómese tiempo entre visita y visita, escriba, descanse, airéese. Por otra parte, no resulta muy estético para los clientes ver que en cuanto sale uno entra el siguiente. Puede dar la sensación de que va a destajo, como en una cadena de montaje, y que solo se interesa por sus pacientes como fuente de ingresos.
Para mí no es conveniente escribir en un ordenador durante la visita, ya que introduce algo artificial (un aparato) entre terapeuta y cliente y, por extendida que esté entre todos nosotros la informática, resulta menos “humano” que el entrañable y anticuado papel y lápiz.
Y ya por último, resulta evidente que no podemos grabar las sesiones sin consentimiento del cliente (está prohibido) y, aún con él, nadie que esté siendo grabado habla con la misma espontaneidad que si no lo estuviera. Por otra parte, si esto no lo convence, piense en el tiempo extra que tendría que destinar para escuchar las grabaciones. ¡Confíe en su olfato de terapeuta y en las primeras impresiones! Y, sobre todo, en la información que se obtiene del lenguaje no verbal.
